miércoles, 17 de enero de 2018

RECUPERACIÓN LENGUA CASTELLANA

CRITERIOS DE RECUPERACIÓN DE LENGUA CASTELLANA




Los alumnos de 3º de ESO con la materia pendiente de lengua castellana de 1º y/o 2º de ESO deberán presentar el dossier el día de la recuperación viernes 16 de febrero.




El dossier se presenta con una portada siguiendo las normas del instituto.

El dossier se debe hacer con bolígrafo AZUL y letra clara.


Para aprobar la materia se hará la media aritmética del dossier y del control.

PERIFRASIS VERBALES

PERIFRASIS VERBALES

DICTADOS

DICTADOS 

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente, con una muy delgada tortilla de cera, taparlo; y al tiempo de comer, fingiendo tener frío, entrábame entre las piernas del triste ciego, a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía.

Anónimo, Lazarillo de Tormes


Bajó la cabeza satisfecho, hasta que se apagó el último rumor de nieve pisoteada y supo que su hijo se encontraba más allá del sonido de su voz. Entonces extendió la mano, con angustia, hacia la leña. Era lo único que se interponía entre él y la eternidad que le rodeaba. La duración de su vida podía medirse por un puñado de ramas. Una tras otra, irían alimentando la hoguera y, de este modo, paso a paso, la muerte acabaría por asaltarle. Cuando la última astilla se hubiera consumido, la helada iba a adquirir mayor fuerza.
JACK LONDON, El silencio blanco y otros cuentos.


Escuché los pasos desvanecerse en el interior de la vivienda y esperé el regreso de Marina a la luz de las velas por espacio de casi media hora. La atmósfera de la casa fue calando en mí. Cuando tuve la certeza de que Marina no iba a volver, empecé a preocuparme. Dudé en ir a buscarla, pero no me pareció correcto husmear en las habitaciones sin invitación. Pensé en dejar una nota, pero no tenía nada con qué hacerlo. Estaba anocheciendo, así que lo mejor era marcharme. Ya me acercaría al día siguiente, después de clase, para ver si todo andaba bien. Me sorprendió comprobar que apenas hacía media hora que no venía Marina y mi mente ya estaba buscando excusas para regresar.

CARLOS RUIZ ZAFÓN, Marina.


El taller de mi padre estaba situado en la parte de atrás de la casa, separado de esta por un patio de cemento. La parte de delante daba a una especie de jardín comunicado con el patio de atrás por un callejón sombrío en el que crecía un árbol con la corteza negra. El taller tenía cuatro dependencias dispuestas en batería, dos de las cuales se utilizaban como almacén de material. La casa, por su parte, tenía dos pisos y un desván. En el piso de abajo se encontraban al principio los dormitorios, el cuarto de baño y una habitación multiusos que durante una época fue la alcoba de los chicos (llegamos a ser cuatro chicos y cinco chicas), además de una especie de despacho en el que mi padre llevaba su oficina.

JUAN JOSÉ MILLÁS, El mundo.


Las bellas manos que cortaban las flores del huerto han desaparecido ya hace tiempo. Hoy solo viven en la casa un señor y un niño. El niño es chiquitito, pero ya anda solo por la casa, por el jardín, por la calle. No se sabe lo que tiene el caballero que habita en esta casa. No cuida del niño; desde que murió la madre, este chico abandonado de todos. ¿Quién se acordará de él? El caballero -su padre- va y viene a largas cacerías; pasa temporadas fuera de casa; luego vienen otros señores y se encierran con él en una estancia; se oyen discusiones furiosas, gritos. El caballero, muchos días, en la mesa, regaña violentamente a los criados, da fuertes puñetazos, se exalta. El niño, en un extremo, lejos de él, le mira fijamente.




A muchos chicos les gusta aparentar que su aspecto personal les importa tanto como la reproducción del calamar. Mostrar un sano interés por la propia imagen no entra dentro de sus planes. Y no hablemos ya de cuando hay que ponerse a usar zarandajas como acondicionadores, cremas limpiadoras o maquillaje; eso ni se plantea.

Sin embargo, la verdad es que a la mínima oportunidad que se les presenta, estos mismos chicos se mueren de ganas por saber cómo estar guapos y sentirse orgullosos de su aspecto. La presión de los demás es lo único que hace que cuenten bolas del tipo de: "Ni me acuerdo de la última vez que me miré en el espejo". Nos demos cuenta o no, a todos nos preocupa la propia imagen.

A decir verdad, si hablamos de vanidad, los chicos y las chicas son iguales. Después de todo, ¿por qué tendría que ser patrimonio exclusivo de las mujeres el querer mostrarse y sentirse lo mejor posible?

HELEN THORNE, Cómo superar los granos y otras inmundicias



Contuvo un instante la respiración, clavó las uñas en la palma de sus manos y dijo muy rápido: "Estoy enamorado de ti". Vio que ella enrojecía bruscamente, como si alguien hubiera golpeado sus mejillas, que eran de una palidez resplandeciente y muy suaves. Aterrado, sintió que la confusión ascendía por él y petrificaba su lengua. Deseó salir corriendo: en la taciturna mañana de invierno había surgido ese desaliento íntimo que lo abatía siempre en los momentos decisivos. Unos minutos antes, entre la multitud animada y sonriente que circulaba por el Parque Central de Miraflores, Miguel se repetía aún: "Ahora. Al llegar a la Avenida Pardo. Me atreveré. ¡Ah, Rubén, cómo te odio!".

MARIO VARGAS LLOSA, Día domingo
De pronto ya no tuve miedo, me abalancé sobre el escritorio y lo atrapé como se atrapa a un ladrón. como se atrapa a una mujer que huye. Pero llevaba una marcha irresistible y, pese a mis esfuerzos, pese a mi enfado, no conseguí siquiera que aflojara el paso. Como me resistía desesperadamente a esa fuerza espantosa, caí al suelo en mi lucha con él. Entonces me arrolló, me arrastró por la arena, y los muebles que lo seguían comenzaron a avanzar sobre mí, pisoteando mis piernas y lastimándolas. Luego, cuando lo solté, los demás pasaron sobre mi cuerpo como una carga de caballería sobre un jinete caído.
Guy De Maupassant, ¿Quién sabe?



Una vez, rebuscando entre los mil objetos inservibles del desván de mi casa, me encontré un catalejo. Debía de tener muchos años porque el latón de que estaba hecho se había vuelto mate y sin brillo. Pero al despegarlo y mirar por sus lentes podía hacerme la ilusión de que era un corsario o un pirata de los que aparecían en las películas. Estaba envuelto en una tela oscura, impermeable, y lo encontré en un baúl de cerradura medio oxidada, junto con unos vestidos que debieron de pertenecer a mi abuela, documentos amarillentos y escritos en una letra incomprensible para mí, un par de candelabros deslustrados y un montón de fotografías a las que el paso del tiempo había dado una coloración sepia.

Javier Alfaya, Una luz en la marisma